Trabajar a pérdida: la producción cinematográfica en el Perú
Artículo aparecido en EL COMERCIO
por CECILIA NIEZEN
Función imposible
El cineasta peruano no es solo un experto en el séptimo arte, sino también en el arte de sobrevivir. Casi todas las producciones nacionales trabajan a pérdida. pero mientras el problema es evidente, la solución no lo es tanto.
Con 13 millones de espectadores y un mercado en crecimiento de US$30 millones anuales, no puede decirse que el cine en el Perú sea un mal negocio para las cadenas de cine o para las distribuidoras internacionales. Tampoco para los estudios de Hollywood que, con su dominio de la escena mundial, cobran puntualmente, aquí como en el resto del planeta, la altísima cuota de su aplastante participación de mercado. Para los cineastas y productores peruanos, sin embargo, la historia es diferente. "En las condiciones actuales, es imposible que una película nacional recupere su inversión en el mercado interno", sostiene el crítico de cine Ricardo Bedoya. La realidad le da la razón: es rarísima la película peruana que recupera lo invertido. Una producción como No se lo digas a nadie, por ejemplo, relativamente cara para los estándares peruanos (US$750.000 aproximadamente), y que gozó de una buena cobertura en medios gracias a su tema de picante actualidad, recuperó poco más de la mitad: US$380.000 para la productora. Más aún, para el caso de la mayor producción del cine peruano, Pantaleón y las visitadoras, que entre pago de derechos de autor a Mario Vargas Llosa (US$200.000), dos meses de filmación en la selva y el desnudo de Angie Cepeda incluido, costó la "enorme" suma de US$1,8 millones, la productora recuperó en el país US$508.000, es decir, menos de la tercera parte.
¿PROTECCIONISMO?
Si el cine 'made in Perú' sobrevive es gracias a la ingeniosa búsqueda de fórmulas mixtas de financiamiento, sobretodo del exterior, que logran cubrir hasta el 90% de los costos de producción. Además, desde 1994 el Estado debería repartir por ley una bolsa anual de S/.6 millones entre los cineastas. Para ello, la entidad encargada, Conacine, convoca a un concurso y premia un número de proyectos fílmicos, entre cortos y largometrajes. Como no podía ser de otra manera, el dinero llega tarde, mal y nunca. De los S/.54 millones que el Ministerio de Educación debería haber entregado a Conacine en los nueve años transcurridos, solo se han repartido S/.7,9 millones. Lo que sucede es que el cine es una actividad onerosa y aunque con la tecnología digital los costos se han reducido considerablemente, aun es difícil que una película baje de los US$130.000. Por eso no debe extrañar que algunos cineastas extrañen la ley que regía hasta 1992, una sumamente paternalista que protegía el cine nacional a través de mecanismos como la obligación a las salas de cine de exhibir las producciones nacionales mínimo por una semana. Bajo esta ley se produjeron 60 largometrajes y 1.500 cortos. Pero también es legítimo cuestionar qué sentido tiene que se financien, con plata de los peruanos, películas con tan poca taquilla. El filme nacional más exitoso de los últimos tiempos en términos de asistencia, Pantaleón y las visitadoras, atrajo a 635,137 espectadores, pero hay películas como La Carnada que a lo mucho llevó a las salas a 27.000, dejando atrás los tiempos en que las producciones nacionales atraían un millón de espectadores a los cines (como ocurrió con Misión en los Andes o La Boca del Lobo). Pero ¿no tendría más sentido emplear esos S/.6 millones, así estén solo en el papel, en actividades culturales menos caras o lograr que el cine logre autosostenerse?
LA ENTRADA DE CINE: Si la entrada costase 7.74 (el único día en que cuesta 7 soles la entrada es el martes, en algunos cines, los demás días el precio está entre 12 y 15 soles)
DIFÍCIL OFICIO
¡No!, es la respuesta enfática de cineastas, productores y críticos de cine. "En todos los países del mundo, incluso en los EEUU, existe una legislación promocional permanente", sostiene el cineasta Chicho Durant. Colombia acaba de dictar una ley para impulsar su cine con una serie de mecanismos crediticios. Y en Argentina se gravan varios productos para proveer fondos que financien su cine nacional. Además, señala el cineasta, no se está pidiendo que el cine tenga privilegios, pues se debe proteger a toda la industria cultural. "Esa lógica de que la economía debe ser de libre mercado, y entonces el cine también, no funciona", sostiene Gustavo Sánchez, de la productora Inca Cine. "Quítale el financiamiento al cine español y desaparece Penélope Cruz. Si los países protegen sus industrias fílmicas es para poder competir, pues es imposible hacerle frente a Spiderman, que vienen con una campaña brutal". Tanto celo de parte de los Estados no es solo amor al chancho (el arte) sino también a los chicharrones (el prestigio nacional): un país sin cine es un país sin rostro, dicen muchos. En contraposición a nuestra tirana taquilla, cuando nuestras películas son premiadas en festivales internacionales, el Perú incrementa su espacio cultural en el repertorio mundial de naciones y se da otro tipo de rentabilidad, una intangible. Pero también hay una rentabilidad tangible: el cine nacional genera todo un mercado alrededor (moviliza actores, técnicos, productores), aunque se trate de un mercado bastante irregular. Y si el Estado por lo menos cumpliera con la cuota prometida, hasta podría generarse una pequeña industria y este aporte inicial se recuperaría con creces.
PREGUNTA SIN RESPUESTA
La pregunta, sin embargo, sigue ahí, incómoda. ¿Por qué el espectador peruano no se interesa por las producciones locales? ¿Por qué, como dice Margarita Morales, una de las primeras cosas en que piensa un cineasta peruano cuando hace su película es en lograr la mayor cantidad de espectadores? La competencia demoledora de Hollywood, que monopoliza más del 90% de nuestro pequeño mercado, y cuyas estrellas pueden ganar por película los US$30 millones que el mercado nacional genera en un año de taquilla, es definitivamente el gran factor que explica el escaso entusiasmo que genera nuestro cine. Pero también es cierto que nuestras películas no logran equilibrar la calidad y la estética con el criterio comercial. "Es preciso que exista un cine peruano comercial que intente establecer una comunicación con el público", reconoce Sánchez.
¿PROMISORIA FUNCIÓN?
Es justamente la visión empresarial la que se encuentra detrás de Piratas en el Callao, una producción de US$500.000 financiada por capitales privados. Antes de su estreno, la película animada ya había logrado recuperar US$100.000 solo en merchandising. Alicorp pagó por el derecho a usar motivos de la película en sus refrescos Yaps; Bembos tiene la licencia para entregar juguetes de la película junto con sus loncheritas infantiles; Saga Falabella tiene el derecho para hacer polos; y también han firmado con HP, Papelera Peruana y Tottus. "Si vendemos 200.00 entradas, entre Perú y Bolivia, recuperamos la inversión", sostiene Hernán Garrido Lecca, uno de los motores tras una película que se proyecta más allá de nuestras fronteras y que podría cambiar la difícil historia del cine peruano.
¿TLC VS. CINE NACIONAL?
Es una triste paradoja de la historia del cine nacional que, justo ahora que proyectos como Piratas en el Callao podrían levantar vuelo, el Perú esté ad portas de la firma de un tratado comercial con los EE.UU. que preocupa a varios cineastas porque podría fulminar el escaso apoyo que reciben del Estado. "El TLC es preocupante", sostiene Bedoya. "EEUU quiere cancha libre para sus productos audiovisuales, y si no se toman las previsiones del caso, en el futuro podrían decir que el subsidio que tenemos es una competencia directa para sus productos". (El equipo negociador peruano ya habría planteado la excepción cultural en la última ronda de negociaciones en Cartagena). Una golondrina no hace el verano, así recorra el mundo con bandera pirata, y para crear una industria nacional de cine, hace falta una producción permanente y sostenida. Pero, ¿es el subsidio estatal permanente el mejor camino? Los partidarios de esta idea señalan que incluso en un país con tradición cinematográfica como España, solo tres de las 90 películas que se producen al año con subsidios estatales llegan al nivel de taquilleras y son esas tres las que financian al resto. A pesar de todo, hay varias respuestas pendientes. Aunque queda claro que debe buscarse una salida. Y el primer paso debería ser que se cumpla la ley de cine.
por CECILIA NIEZEN
Función imposible
El cineasta peruano no es solo un experto en el séptimo arte, sino también en el arte de sobrevivir. Casi todas las producciones nacionales trabajan a pérdida. pero mientras el problema es evidente, la solución no lo es tanto.
Con 13 millones de espectadores y un mercado en crecimiento de US$30 millones anuales, no puede decirse que el cine en el Perú sea un mal negocio para las cadenas de cine o para las distribuidoras internacionales. Tampoco para los estudios de Hollywood que, con su dominio de la escena mundial, cobran puntualmente, aquí como en el resto del planeta, la altísima cuota de su aplastante participación de mercado. Para los cineastas y productores peruanos, sin embargo, la historia es diferente. "En las condiciones actuales, es imposible que una película nacional recupere su inversión en el mercado interno", sostiene el crítico de cine Ricardo Bedoya. La realidad le da la razón: es rarísima la película peruana que recupera lo invertido. Una producción como No se lo digas a nadie, por ejemplo, relativamente cara para los estándares peruanos (US$750.000 aproximadamente), y que gozó de una buena cobertura en medios gracias a su tema de picante actualidad, recuperó poco más de la mitad: US$380.000 para la productora. Más aún, para el caso de la mayor producción del cine peruano, Pantaleón y las visitadoras, que entre pago de derechos de autor a Mario Vargas Llosa (US$200.000), dos meses de filmación en la selva y el desnudo de Angie Cepeda incluido, costó la "enorme" suma de US$1,8 millones, la productora recuperó en el país US$508.000, es decir, menos de la tercera parte.
¿PROTECCIONISMO?
Si el cine 'made in Perú' sobrevive es gracias a la ingeniosa búsqueda de fórmulas mixtas de financiamiento, sobretodo del exterior, que logran cubrir hasta el 90% de los costos de producción. Además, desde 1994 el Estado debería repartir por ley una bolsa anual de S/.6 millones entre los cineastas. Para ello, la entidad encargada, Conacine, convoca a un concurso y premia un número de proyectos fílmicos, entre cortos y largometrajes. Como no podía ser de otra manera, el dinero llega tarde, mal y nunca. De los S/.54 millones que el Ministerio de Educación debería haber entregado a Conacine en los nueve años transcurridos, solo se han repartido S/.7,9 millones. Lo que sucede es que el cine es una actividad onerosa y aunque con la tecnología digital los costos se han reducido considerablemente, aun es difícil que una película baje de los US$130.000. Por eso no debe extrañar que algunos cineastas extrañen la ley que regía hasta 1992, una sumamente paternalista que protegía el cine nacional a través de mecanismos como la obligación a las salas de cine de exhibir las producciones nacionales mínimo por una semana. Bajo esta ley se produjeron 60 largometrajes y 1.500 cortos. Pero también es legítimo cuestionar qué sentido tiene que se financien, con plata de los peruanos, películas con tan poca taquilla. El filme nacional más exitoso de los últimos tiempos en términos de asistencia, Pantaleón y las visitadoras, atrajo a 635,137 espectadores, pero hay películas como La Carnada que a lo mucho llevó a las salas a 27.000, dejando atrás los tiempos en que las producciones nacionales atraían un millón de espectadores a los cines (como ocurrió con Misión en los Andes o La Boca del Lobo). Pero ¿no tendría más sentido emplear esos S/.6 millones, así estén solo en el papel, en actividades culturales menos caras o lograr que el cine logre autosostenerse?
LA ENTRADA DE CINE: Si la entrada costase 7.74 (el único día en que cuesta 7 soles la entrada es el martes, en algunos cines, los demás días el precio está entre 12 y 15 soles)
DIFÍCIL OFICIO
¡No!, es la respuesta enfática de cineastas, productores y críticos de cine. "En todos los países del mundo, incluso en los EEUU, existe una legislación promocional permanente", sostiene el cineasta Chicho Durant. Colombia acaba de dictar una ley para impulsar su cine con una serie de mecanismos crediticios. Y en Argentina se gravan varios productos para proveer fondos que financien su cine nacional. Además, señala el cineasta, no se está pidiendo que el cine tenga privilegios, pues se debe proteger a toda la industria cultural. "Esa lógica de que la economía debe ser de libre mercado, y entonces el cine también, no funciona", sostiene Gustavo Sánchez, de la productora Inca Cine. "Quítale el financiamiento al cine español y desaparece Penélope Cruz. Si los países protegen sus industrias fílmicas es para poder competir, pues es imposible hacerle frente a Spiderman, que vienen con una campaña brutal". Tanto celo de parte de los Estados no es solo amor al chancho (el arte) sino también a los chicharrones (el prestigio nacional): un país sin cine es un país sin rostro, dicen muchos. En contraposición a nuestra tirana taquilla, cuando nuestras películas son premiadas en festivales internacionales, el Perú incrementa su espacio cultural en el repertorio mundial de naciones y se da otro tipo de rentabilidad, una intangible. Pero también hay una rentabilidad tangible: el cine nacional genera todo un mercado alrededor (moviliza actores, técnicos, productores), aunque se trate de un mercado bastante irregular. Y si el Estado por lo menos cumpliera con la cuota prometida, hasta podría generarse una pequeña industria y este aporte inicial se recuperaría con creces.
PREGUNTA SIN RESPUESTA
La pregunta, sin embargo, sigue ahí, incómoda. ¿Por qué el espectador peruano no se interesa por las producciones locales? ¿Por qué, como dice Margarita Morales, una de las primeras cosas en que piensa un cineasta peruano cuando hace su película es en lograr la mayor cantidad de espectadores? La competencia demoledora de Hollywood, que monopoliza más del 90% de nuestro pequeño mercado, y cuyas estrellas pueden ganar por película los US$30 millones que el mercado nacional genera en un año de taquilla, es definitivamente el gran factor que explica el escaso entusiasmo que genera nuestro cine. Pero también es cierto que nuestras películas no logran equilibrar la calidad y la estética con el criterio comercial. "Es preciso que exista un cine peruano comercial que intente establecer una comunicación con el público", reconoce Sánchez.
¿PROMISORIA FUNCIÓN?
Es justamente la visión empresarial la que se encuentra detrás de Piratas en el Callao, una producción de US$500.000 financiada por capitales privados. Antes de su estreno, la película animada ya había logrado recuperar US$100.000 solo en merchandising. Alicorp pagó por el derecho a usar motivos de la película en sus refrescos Yaps; Bembos tiene la licencia para entregar juguetes de la película junto con sus loncheritas infantiles; Saga Falabella tiene el derecho para hacer polos; y también han firmado con HP, Papelera Peruana y Tottus. "Si vendemos 200.00 entradas, entre Perú y Bolivia, recuperamos la inversión", sostiene Hernán Garrido Lecca, uno de los motores tras una película que se proyecta más allá de nuestras fronteras y que podría cambiar la difícil historia del cine peruano.
¿TLC VS. CINE NACIONAL?
Es una triste paradoja de la historia del cine nacional que, justo ahora que proyectos como Piratas en el Callao podrían levantar vuelo, el Perú esté ad portas de la firma de un tratado comercial con los EE.UU. que preocupa a varios cineastas porque podría fulminar el escaso apoyo que reciben del Estado. "El TLC es preocupante", sostiene Bedoya. "EEUU quiere cancha libre para sus productos audiovisuales, y si no se toman las previsiones del caso, en el futuro podrían decir que el subsidio que tenemos es una competencia directa para sus productos". (El equipo negociador peruano ya habría planteado la excepción cultural en la última ronda de negociaciones en Cartagena). Una golondrina no hace el verano, así recorra el mundo con bandera pirata, y para crear una industria nacional de cine, hace falta una producción permanente y sostenida. Pero, ¿es el subsidio estatal permanente el mejor camino? Los partidarios de esta idea señalan que incluso en un país con tradición cinematográfica como España, solo tres de las 90 películas que se producen al año con subsidios estatales llegan al nivel de taquilleras y son esas tres las que financian al resto. A pesar de todo, hay varias respuestas pendientes. Aunque queda claro que debe buscarse una salida. Y el primer paso debería ser que se cumpla la ley de cine.